Ante los grandes retos de la vida, la resiliencia se hace más necesaria que nunca: Baltasar Esono Esono y su familia ante las mortíferas explosiones del 7M
10 marzo 2023
Dos años después del 7M, hemos visitado a Baltasar y Micaela (familia beneficiaria de la ayuda de Naciones Unidas), para saber cómo se recuperan de aquello.
Los habitantes de la ciudad de Bata intercambian, como todos, entre momentos favorables y desfavorables. Es en los desfavorables cuando deben decidir entre ser víctimas de las circunstancias, o actuar para cambiar la suerte y mejorar sus vidas, como Baltasar Esono Esono: un joven de 35 años que vive con su mujer, Micaela Mia, más joven que él, y sus siete hijos, a menos de un kilómetro del accidentado campamento de Nkoantoma durante el 7M.
Lejos del centro de la ciudad, pero cerca de la zona cero del 7M
La vida en el centro de Bata no es llevadera para las familias de escasos recursos: el alojamiento, encontrar agua, recorrer las largas distancias en taxi no está al alcance de todos. La opción de instalarse en la periferia, con posibilidad de encontrar una pequeña porción de tierra edificable a precio asequible, donde el agua de los ríos cercanos, la caza en los bosques vecinos y la posibilidad de convertir los propios patios de casa en huertas cultivables, mejoran sus condiciones de vida.
El escenario
En el entorno hay un penacho de casas de cemento y madera y el sendero que lleva a la ciudad termina allí. El resto está devorado por los árboles y arbustos de la naturaleza envolvente del lugar. A parte de la casa de Baltasar, llama la atención la farmacia de la familia: una casita de madera de apenas 80 centímetros de largo y 50 de ancho. La farmacéutica (esposa de Baltasar) cabe difícilmente dentro.
“Es nuestra única fuente para obtener recursos ahora; también fue afectada por las explosiones del 7M y la hemos reconstruido”, aclaró Baltasar, tras detectar visualmente nuestra curiosidad.
Han pasado dos años de la catástrofe, la casa familiar de Baltasar sigue dando testimonio de los momentos difíciles: las ventanas y puertas cerradas con trozos de chapas de madera y zinc, porque aún no pueden procurarse puertas ni ventanas; los pertrechos de la explosión amontonados en los muros exteriores, techo sin cielorraso, interior recortado de madera. Se conserva en una ventaja exterior el cartel que llamó la atención, en el que ella solicitaba ayuda porque había quedado desamparada con la familia.
Al inicio, Baltasar nos sitúa del hecho: “ por suerte, los niños no estaban en casa; porque se derrumbó completamente. Las cuatro paredes que veis ahora las he reconstruido para tener un lugar donde quedar con la familia, pero aún no podemos comprar ni las puertas ni las ventanas. Mi mujer perdió al bebé que esperábamos y un primo mío tuvo que acogernos durante un tiempo”.
Una mano amiga
Durante el 7M, las Agencias de las Naciones Unidas bajo liderazgo de la Coordinadora Residente, establecieron el criterio de las prioridades para los programas de reparto de bonos alimenticios, Kits de higiene y dinero en efectivo. Uno de los criterios de selección fue la protección social: familias con mayor riesgo de exclusión y que habían perdido sus hogares durante las explosiones. La familia de Baltasar fue una de las agraciadas, que recibieron dinero en metálico para reconstruir sus hogares.
“Ahora ni mi mujer (docente y auxiliar de farmacia) ni yo (albañil) tenemos trabajo. Pero gracias a aquella ayuda, pude pagar las recetas del hospital y levantar al menos los muros exteriores y el techo de nuestra casa. Vivimos de la farmacia y los pequeños destajos que voy haciendo. Pero tengo la esperanza de encontrar un trabajo bueno que me permita terminar la casa”, afirma Baltasar con gesto de optimismo.
Visión de futuro
Pese a la dureza de la recuperación, Baltasar y su mujer no descuidan la educación de sus hijos: “están yendo a la escuela este año pero aún no he pagado la matricula; por suerte, en el centro saben que antes yo era un buen pagador, pero ahora estoy luchando para recuperarme y no tengo trabajo”.
Mientras contesta a nuestras preguntas, la familia nos hace adentrar en el interior de la vivienda sin sillas ni otros muebles, sólo un pequeño televisor de 15 purgadas. En la pared de al lado cuelga un cartel en el que pueden leer en puño y letra de Baltasar las reglas de convivencia, que terminan con una nota: “Todas las personas de esta casa están bajo estas normas sin excepción. Los más pequeños tienen cinco a cuatro horas para descansar y trabajar resolviendo sus ejercicios. Las horas asignadas a los niños como su derecho, tienen que ser respetadas sin violación alguna (por parte de los mayores)”.
Durante la entrevista, a un lado, permanece sonriente y acompañada de los hijos Micaela Mia, cuyo aporte en esta historia es igual de impresionante. No quiere hablar para las cámaras. A pesar de sus estudios, ella también se encuentra sin trabajo; pero ocupa su tiempo con las labores de ama de casa y gestora de la pequeña farmacia.
Terminamos la visita con un mensaje resiliente de Baltasar: “Pido que no nos abandonen, que nos sigan ayudando. Pero yo no quiero que me den pescado, sino que me ayuden a pescar. Decid a cualquier pudiente o persona que quisiera ayudarme, que no necesito que me den dinero en metálico, sino que me den un trabajo. Un trabajo que me ayude a concluir la reconstrucción de nuestra casa y mantener a mi familia”.
La misma sonrisa que nos recibió de bienvenida, nos despedía con un “hasta luego” y un posado junto a su mujer, en la pequeña farmacia al frente de la casa familiar.
Escrito por
Virgilio Ela Motu
OCR
Oficial de Coordinación al Desarrollo,Comunicación y Abogacía de Programas